martes, 26 de marzo de 2013

XVI

Ya no sé a qué aferrarme,
ni qué esperar,
porque has perpetrado una huida
después de dar el primer paso
y hacerme caer en la tentación
de dar el segundo.
Parece que solo te interesa
saber que me tienes en vilo
las noches que no paso contigo.

Me pregunto
por qué das por perdida la batalla
que tú me declaraste
justo cuando estás a punto de ganar.
Que ya sabes que me dejo
si me luchas con ellos.
Que, joder, quiero perder
y perderme contigo,
que no perderte,
a ver si así encuentro
por una casualidad
de esas que tanto te gustan,
y en las que yo nunca creo,
aquello que busco sin saber que lo hago.

Quizá sea culpa del miedo
que a ti,
en lugar de atenazarte los músculos,
te los tensa;
como una mueca que se viste de sonrisa
descuidando la mirada,
como un orgasmo no fingido.
Tendría que haberlo mordido a él
y no a la cordura
que descansaba sobre tu pecho,
lo sé.

También puede ser
que prefieras temblar por él,
y no por mí,
qué sé yo.

Solo quería dejar claro,
ya para acabar,
que te espero
porque desde ti,
todo ha dejado de tener sentido
para empezar a serlo.

domingo, 24 de marzo de 2013

Ahora es siempre.

Eras una bala perdida hasta que te encontré entre mis costillas, y lo sabes.

Me pregunté qué hacías allí, cuánto tiempo llevabas dentro de mí, cómo habías llegado. No había orificio de entrada, y mira que palpé con fruición la zona.

Asumí y asimilé que si no sabía cómo habías entrado, tampoco iba a poder saber cómo podría sacarte. Tendrías que haber visto la juerga que tenía montada la adrenalina en mis venas para comprender lo que haría después.

(Hasta el miedo se atrevió a bailar con mis entrañas bajo su influjo)

¿Que qué es lo que hice después?

Ojalá pudiera decirte que me abandoné a la maravillosa sensación de sentirme vulnerable. Ojalá pudiera decirte que te supliqué en un susurro que no te movieras bruscamente porque dolías hasta cuando respiraba (respiro) en lugar de pararte los pies.

Y que ojalá no hubiera pensado que ojalá no desaparecieras nunca porque sabía que notaría el vacío que dejarías hasta el final de mis días por cómo habías corroído las paredes de mi abismo (convirtiendo sus abruptos precipicios rocosos en verdes laderas llenas de amapolas), por cómo habías hecho añicos mis pilares y por cómo habías aliñado mis labios con pedazos de mis esquemas cada vez que me los comías.

Si de lo precioso que es temblar de dolor emocional y no de placer corporal nunca hablan los poetas, yo menos.

Pero.

Que qué es lo que hice después me habías preguntado, ¿no?

Me bebí los ojalás.

Y respiré fuerte.
Otra vez.
Como ahora.
Y ahora.

Ay, qué bonito dueles.

sábado, 23 de marzo de 2013

XV

No sabéis lo que es perderse
entre sus piernas
y encontrarse seguidamente
en sus labios
mientras cargo con el peso
de todas las dudas y falsos reproches
a la espalda.

Tampoco sabéis cómo sonríe
cuando le provoco un escalofrío
al acariciarle la lengua con la mía
(mientras pienso en otra)
o cómo consigo
que se le crispen los nervios
cuando no es capaz
de leer entre miradas
lo que mi cobarde boca
no se atreve a confesarle.

jueves, 21 de marzo de 2013

Ya estás otra vez inspirándome, amor.

Ya estás con tu puta manía de doblar la esquina de la página en lugar de salir de la cama para buscar el marcador (a saber dónde lo has dejado esta vez, ¿de nuevo en la nevera?).

Me cabreo contigo, obviamente.

Imitas mis reproches con voz de idiota, te acurrucas a mi vera, enlazas tus piernas con las mías, cierras los ojos, acompasas tu respiración a la mía (parece que estén bailando), tu ombligo le da un beso de buenas noches al mío y tratas de conciliar el sueño.

Me pregunto cómo eres capaz de hacerlo, si tengo una sensación atravesada en el pecho aporreando un tambor a velocidad vertiginosa.

Se eriza mi calma y pienso en aquella canción, en que he pasado una vida entera buscándote sin saber que lo hacía.

Y, cuando menos me lo espero, te incorporas y susurras mirándome directamente a los ojos que pare.

(Escalofrío)

Y tardo una fracción de segundo en comprender a qué te refieres.