viernes, 27 de septiembre de 2013

Mudanza.

Cambio de plataforma, me voy a Tumblr:

mellamandeu.tumblr.com

No borraré el blog, obviamente, pero dudo mucho que vuelva a actualizarlo.

:*

jueves, 5 de septiembre de 2013

Carta relativamente larga a un pseudopoeta.

Puedo decirte tantas cosas, amigo; puedo dar tantos rodeos y tomar tantos caminos para llegar a una misma conclusión, que no sé por dónde empezar.

Bueno.

Te voy a hablar, amigo, de la canción del Verano; por romper el hielo y por no romperte a ti las manos.

Verás, es una canción que todo el mundo escucha mientras charla animadamente con sus amigos. Es una canción que no llega nunca a erizarte la piel o a derramar lágrimas por tu rostro, pero que tiene miles de reproducciones cada día. Es una canción que no formará parte de los mejores o peores momentos de la vida de nadie porque es realmente vulgar, es una más de tantas. Es una canción, a fin de cuentas, que es como tu poesía.

Puedo decirte que he leído mucha prosa y mucha poesía. También puedo decirte que he escuchado muchas canciones. Que tengo las estanterías de mi casa a rebosar de primeras ediciones y que sé de lo que hablo.

Puedo decirte que me he pasado más de la mitad de los recitales poéticos a los que he asistido pensando en mis cosas, preocupada por cómo lo haré cuando salga yo a leer o encendiendo ese botón de desconexión total que descubrí un día mientras mis padres me echaban una chapa monumental. Puedo decirte que muchas veces me he sorprendido a mí misma tarareando una canción que no había escuchado al parecer en mi vida mientras salía a tirar la basura, a sacar a pasear al perro de mis abuelos o en esos infernales viajes en el transporte público de Madrid.

He perdido la cuenta y todo de la cantidad de momentos insustanciales que me ha brindado la gente como tú.

En cambio, puedo relatarte nítidamente algunos recitales que, literalmente, me han quitado la respiración o, incluso, me han hecho llorar - yo digo que es porque no parpadeaba durante el poema y el aire acondicionado me secaba los ojos, pero es mentira; que quede entre tú y yo - o todas las oportunidades que dejé escapar por escuchar algunas canciones; por deleitarme con las sensaciones que se apoderaban de mi cuerpo.

A veces pienso en todas las conversaciones y secretos que no he escuchado, pero la pena me dura nada y menos. Y quiero mil y una penas más si a cambio pudiera volver a sentir lo mismo que aquella primera vez que me enamoré mientras leía, por ejemplo. O que vi la sonrisa del cantante y las lágrimas pugnando por salir a través de su voz rasgada.

¿Sabes? Me gusta conocer al autor a través de lo que escupe; y no me gusta nada que sea uno más. ¿Por qué te empeñas en hacer de cada momento un momento único plasmándolo y publicándolo como quien habla del tiempo atmosférico en un ascensor? ¿No te das cuenta de que pierde valor? No, cómo ibas a hacerlo, si a ti lo que te llena es tener cientos de musas.

Da igual. Qué quiero decirte con todo ésto.

Verás, amigo, lo que tú haces no me gusta. Me da mucha rabia que trates de imitar la personalidad arrolladora de Irene, la fogosidad de Carlos, la perspicacia de Escandar, los recuerdos de Sergio o la vulnerabilidad de alguien de piedra a quien no quiero que conozcas; bastante daño has hecho ya.

Tú eres uno más de todos esos pseudopoetas que me inducen al coma desde el primer verso. Odio que escribas por gustar, por darte a conocer, por sacar algún provecho de tus escritos más allá que el salvarte a ti mismo de tus propios demonios. Me da asco que vulgarices símbolos que para mí lo han sido casi todo, que leas algo que te ha llegado y pretendas llegar al resto del mundo a través de ello. Supuro rabia por todos los poros de mi piel cada vez que leo o te escucho comercializar los sentimientos.

Que no se tú, pero yo escribo y rasgo las seis cuerdas de mi guitarra porque no soy capaz de llorar todo lo que debería. Que ojalá no tuviera esa necesidad nunca más, como ahora que soy feliz y escribo menos porque me dirás tú cuantas veces has llorado en tu vida de felicidad.

Creo que a estas alturas me odiarás como se odia a todo lo que duele, con media sonrisa en la cara; como odias a la verdad que subyace a todos esos escudos de hojalata y tinta barata que te empeñas en llevar por bandera en lugar de un corazón que late. ¿Por qué te empeñas en aparentar ese sufrimiento tan profundo cuando todos sabemos que no es más que superficial, y ni eso?

Dime, amigo, cuánta gente te ha relatado la fatídica noche en la que intentó quitarse la vida, o en la que se le escapó entre los dedos la de alguien a quien amaba. Dime, cuántas veces has amado incondicionalmente para hablar de ello con tanta ligereza. Dime, dime... ¿quién eres tú para hablar del amor si amar es dar sin esperar nada a cambio?

Amigo, escribe todo lo que quieras, pero escribe cuando duela o te haga temblar. Escribe en la soledad de tu cuarto o en la parada de la estación que vio marchar a lo más importante de tu vida. Plasma en papel, experimenta; no todo es tecnología. Lo bonito es tan sencillo, preciso y aterrador como lo es un folio en blanco.

Amigo, solo quería decirte que vas por el mal camino; estás cogiendo el cuchillo por el lado que corta; estás a punto de bajar unas escaleras mecánicas de subida; estás cruzando con el semáforo en rojo y, aunque hables siempre de ello sin haberlo hecho en la vida con los ojos cerrados, créeme que es una locura y es aterrador.

Mira, basta ya de pretender ser lo que no eres. Bastante complicada es ya de por sí la vida como para que vengas tú a darle una vuelta más de tuerca con tus metáforas contradictorias.

Basta ya.

Para todo este circo, por favor te lo pido.

En definitiva, quiero que sepas que me jode mucho que te unas a una moda que llevo vistiendo toda una vida y que la pudras desde los cimientos; que la desprestigies y te mofes de ella. Estoy cansada de que me llamen "intensa", de que me metan en el mismo saco que a ti. Y es que dejaría de escribir si así fuera.

Lo siento, amigo, no estás a la altura. No pretendas dar clases sin sacarte el graduado, porque esos trucos vistosos y de mala muerte que usas de nada te servirán a la hora de la verdad.

Ahora, que quieres gustar, que quieres ser leído y escuchado por cualquiera a cualquier hora, que quieres seguir siendo vulgar y boicotear el dolor ajeno, adelante, sigue como hasta ahora. Que en ese aspecto, te estás luciendo.

domingo, 11 de agosto de 2013

Amalgama.

Llegas, y me golpeas con la certeza entre los omoplatos; un escalofrío capaz de levantar un maremoto entre mis piernas que se sale de toda escala imaginable. Tu mano anclada en mi cintura, tu voz impasible sonando a escasos centímetros de mi costado izquierdo.

Tu andar me marca el ritmo.

Te miran, y casi puedo ver cómo le restas importancia para que siga siendo tan ambiguo como siempre. Me miran, y casi nos delato. ¿Podrán oír mis latidos? ¿Ambos?

Mira, una estrella fugaz.

Estás entre mis brazos, tu cabeza reposa aparentemente tranquila sobre mí. Si te giras, podrías acariciarme el cuello con la nariz. Miro nuestro reflejo en la ventana que tenemos delante. Cómo tiemblas. ¿O soy yo?

No sabes cuánto te deseo.

Te has armado de valor y has disparado sin vacilar. Me zumban los oídos del vértigo que he sentido cuando me has rozado. Sabes que sé que ha sido intencionado, ese segundo que sobraba casi tanto como la distancia que ahora nos separa. Qué locura más excitante.

"¿Por qué me miras así?"

Tu brazo en mi regazo, hablo sin saber realmente lo que estoy diciendo. Ella nos mira, a ti con deseo y a mí con recelo. Los cristales saltan por los aires, las carcajadas quitan tensión al ambiente; la nuestra sigue intacta.

"Dejad de perder el tiempo."

Dos besos. Nuestros nombres realmente poco importan. Cállate, deja que tu cuerpo hable. Ya estás otra vez llamando mi atención. No, no sabes que ya la tienes. Pero qué bonita y qué prohibida eres, qué suerte tiene.

Risas, confesiones.

Estás.
Demasiado.
Cerca.

Nos divertimos, nos perdemos en otras manos. Son otras bocas las que parecen acoplarse a la perfección con nuestros labios; los cuatro. No nos importa, nos vemos venir y aceleramos el paso.

Bésame de una puta vez.

Justificamos los medios sin darnos cuenta de que el fin solo existe si hay principio. ¿Princiqué?

"Yo no soy de esas."

¿Será posible?

No deberías, pero lo haces. Un par de palabras, un golpazo que despedaza pilares que me ha costado años construir.

"Siempre que me he arriesgado a romper alguno, se ha desatado el huracán."

Si los rompes todos a la vez, ¿qué más me da? No queda nada por lo que preocuparse. Qué peligrosa me has hecho. Y cómo me gusta serlo.

Ya no quedan historias como la nuestra, amor.

lunes, 15 de julio de 2013

Vaya.

"He dejado de escribir.
Quizá sea porque solo inspira cuando duele,
o duele si inspira cuando no debe."

"...o duele si inspira cuando no debe."

Tenía un nudo bloqueándome las líneas,
y ha resultado ser de metal. Qué pequeño se ve ahora deshecho en mis manos.

Gracias, imán.

jueves, 30 de mayo de 2013

XXIV.

No soy capaz de escribir
versos que no quieran suicidarse
al rozar tus labios de madrugada.
Quieren ser besos, creo.

Me alucina la facilidad que tiene mi cabeza
para prohibirle la entrada a las musas.
Qué cabrón mi corazón, por cierto,
buscando a tientas las llaves que abren
la puerta trasera en cuanto apago el mundo
con música o una buena lectura.

Y siempre da la casualidad
   (voy a acabar creyendo en ellas)
que lo que debería estar escuchando o leyendo
   en lugar de pensándote
es tan precioso que cualquiera diría
que sus autores se inspiraron en ti para crearlo.

Que les jodan. No saben de lo que hablan.

Nadie sabrá nunca lo que se siente al contemplar
una amapola que descansa en su cama
con un par de pétalos manchados
   de sangre y nostalgia
por haber tenido el valor de dejarse atrapar
ciegamente por unas manos perdidas
   de heridas y de espinas.

Desde que te marchaste, amor
busco una amapola que sea
la mitad de valiente que tú.

miércoles, 15 de mayo de 2013

XXIII.

Te señalo
un punto
   entre las costillas
y te miro desafiante.

Venga, clávate,
pero
   al romperte
no dejes tus esquirlas
en mis venas.

Va,
si lo estás deseando.

Te deseo.
Te temo.

Qué miedo me das.

Y,
   entonces,
me das un poco
de tu media sonrisa;
un cuarto.
En un cuarto.

Suspiro.

Sabe a
tú primero,
   si te atreves,
que yo me dejo;
pero no me dejes caer.

Y mis manos temblando.

miércoles, 8 de mayo de 2013

Choque sin garantía.

Llega alguien que te destroza de un golpazo, y llueves. Entonces el frío te cala las entrañas tras su marcha, y te derrumbas. Comienza a congelarse lo que un día ardió con la fuerza de cientos de volcanes, y no hay vuelta atrás. El hielo acopla tus pedazos a su manera, desordenados en un bonito caos de recuerdos distorsionados y esperanzas frustradas.

Rota. Así te sientes. Tan, tan, rota, que no crees que nadie tenga la capacidad de volver a hacerte funcionar, de hacerte latir como aquellas manos que se dieron a la fuga después de hacerte un nudo.

Y aparece. Pero no puedes hacer otra cosa que mirarle con recelo, sin sonrisa, y con los brazos cruzados frente al pecho que un día llevabas por bandera, que hace no mucho no te importó mantener en alto aún a riesgo de recibir un balazo en pleno esternón.

Ahora, eres frágil como el cristal de Bohemia aunque por fuera parezcas puro diamante. Y tener un mundo interior tan bonito no ayuda a abrir los ojos.

(Todavía le ves al tenerlos cerrados)

Pero se mantiene ahí día a día, noche tras noche, y acabas mirando. Primero de refilón, alguna que otra caricia furtiva entre vuestras pupilas de vez en cuando. Ah, todos recordamos ese primer cruce de miradas; no pensamos hasta ese momento que los pestañeos sean tan buenos marineros, capaces de surcar ríos de tinta y sangre hasta deshacer ese puto nudo, también llamado miedo por los valientes, que te atoraba los sentimientos.

Y no quieres cerrar los ojos, lo más bonito está ahora a un suspiro de distancia.

Al menos eso crees hasta que aprendes que los pestañeos también son expertos en relativizar el tiempo y en hacer desaparecer lo que hasta entonces considerabas inamovible.

Ah, y te derrites de rabia. Y llueves, claro; ardes de furia y haces lo que antes ni te atrevías a pensar. Y te hostias de nuevo.

Maldita espiral, vida.