Viento gélido le azota la piel desnuda,
erizada;
los párpados descansan.
Media Luna nacarada en su rostro
como si no existiera el vértigo
que le anuda las entrañas al recuerdo
de lo que fue y ya no es (pero será)
al andar nuevamente
por el borde del abismo
del que salió con la intención
de no regresar nunca más.
Pero allí está;
el azar bailando con su equilibrio
apostándose la recaída con las ganas
mientras la razón se vuelve ilusa
a sabiendas que no habrá vuelta atrás.
Dos cuerpos que se abrochan
en mitad de la penumbra,
beso de ombligos;
puzzle de piernas.
Se contonea como si fuera el mundo
y no ella,
quién se mueve.
Ya llega.
El temblor.
L a c a l m a.