La habitación oscura,
como nuestros ojos
de pupilas dilatadas;
pozos embriagadores.
El morbo se adueña de tu rostro
cuando encajo tu cadera
entre la mía y la pared;
jadeas.
La humedad te embota los sentidos,
la experiencia contrae tus músculos.
Muerdo tu cuello, intentas zafarte
(sin querer hacerlo realmente).
Y me empujas levemente;
te agarro sin vacilar.
— Déjate llevar, ma chérie.
Y te devoro, quemas;
me vuelves a empujar.
Vergüenza nos miraba
desde el quicio de la puerta,
pero ha decidido irse de allí;
sabe que no es lugar para ella.
Agarro tu cintura,
acerco mi boca a la tuya
y una caricia recorre mi espalda
erizando así mi piel desnuda.
Me miras con desdén, y me derrito allí mismo.
Otra vez esa media sonrisa
que hace enteras mis mitades;
la vistes esta madrugada
con una mirada voraz a juego.
Te pierdes en mí
y me pierdo contigo.
Me haces delirar, te extasío;
y cambiamos, sin pactarlo previamente,
miedo por valor, coraza por corazón.
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