martes, 5 de febrero de 2013

VIII

He abierto los ojos
y se me ha caído un mito,
el mío,
al mirar la cama
y sentir tu ausencia.

Vacía no está;
nunca lo está,
si te digo la verdad.
Bueno,
menos cuando
me hago la dormida,
en tu lado,
esperando
que aparezcas,
como quién espera
ver el autobús
que cree haber perdido,
(con la toalla
anudada a la cintura
y esa media sonrisa
que me tiene loca,
a poder ser)
y me muevas una vez más
a base de cosquillas
y pícaras caricias,
hasta el lugar
que me corresponde;
a dos centímetros de tu boca
y
a
cero
de
tu
centro
de
gravedad.

He rodado
sobre lo que
fue
el lugar
más acogedor
de nuestro mundo
hasta poder
acurrucarme a su vera
y poder imaginar
con borrosa claridad
que respiras a través de él
y me ruegas,
al acelerar tu pulso,
que me vuelva a quedar
otros siete minutos más
porque te tiembla
el mundo
si me ves marchar
y necesitas
que se esté quieto
para plasmar el instante
en cuatro versos,
o plasmarme cuatro besos
en un instante.

Ay.

Qué mal se me da fingir
que no me faltas, cielo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario